Manolo & Los Vespass, «Tiempo al tiempo»

Manolo, dijo alguna vez Nico “Mandril” Lieutier (bajista de La Vela), junto con el Enano (cantante de, bueno, ya saben), a los 15 años, tenían muy claro dónde pararse en escena, cómo enfrentar al público, cómo ser el frontman. Los dos amigos de la adolescencia tenían, a flor de piel, la semilla de la canción*.

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Hace, digamos, 25 años, que Manolo, Manuel Ferreiro, según la cédula y el pasaporte, está parado en los grandes escenarios. Las luces no siempre fueron para él, es claro, pero el tipo sabe lo que es la cocina de la canción y la puesta en escena de esa cosa inexplicable de hacer que una combinación de melodías y ritmos sea conmovedora.

Unos años menos atrás, (no pocos, no fue ayer), Manolo, asistente de escenario, mano derecha e izquierda de La Vela Puerca, colaborador pero sobre todo amigo de la banda, comenzó a ser el centro de los focos. Un rato, unos minutos (no pocos, de nuevo) tomó el micrófono de uno de los grupos más importantes del rock de habla hispana para poner voz a ese fuego. 

Pero claro, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Manolo dice que, con la Vela, entra a jugar los últimos 10 minutos en el Centenario, ganando 3 a 0 y con la posibilidad de tirar un caño y equivocarse. Acá, ahora, no.

Acá y ahora tiene antecedentes. 

Manolo, dijo alguna vez Nico “Mandril” Lieutier (bajista de La Vela), junto con el Enano (cantante de, bueno, ya saben), a los 15 años, tenían muy claro dónde pararse en escena, cómo enfrentar al público, cómo ser el frontman. Los dos amigos de la adolescencia tenían, a flor de piel, la semilla de la canción. En uno floreció enseguida. En otro tardó un rato más, pero la regó, la cuidó lo que pudo y cuando se acordó le encajó fertilizante, metió poda y puso el ojo encima hasta que empezaron a salir flores. Flores chiquitas, de perfume delicado. Flores lindas.

El debut de Manolo, de Manolo y los Vespass, fue, digamos, otra vez, una casualidad. Un puñado de estrofas e ideas, unos manijazos de amigos y un álbum que, con un pie afuera de las lógicas comerciales, aprobó el examen. Buenas letras, buenas melodías, buenos arreglos. Buenas canciones. Para ese disco (Manolo y los Vespass, 2020), parafraseando a Alejandro Balbis, Manolo tuvo cuatro décadas de preparación. Para el segundo apenas tres.

Tres años especiales. 

Pandemia, rupturas amorosas, mudanzas obligadas, un libro de Mark Lanegan, las charlas interminables con los de siempre. Por ahí nace Tiempo al tiempo. Pero tiempo al tiempo. 

Hubo, antes, meses alimentados de Ramones, lecturas de biografías de próceres y segundas líneas del rock y un umbral de influencias, por poner una fecha difusa, ubicado en la mitad de los 90, aunque Manolo diga que hoy no puede salir de los 70. Y vivir fuera de la ciudad y trabajar en el caos metálico de grandes escenarios. De ahí, y de madrigueras secundarias nace Tiempo al tiempo, a partir de líneas melódicas difusas, una frase sonando en la cabeza y balbuceos que fueron decantando en un cancionero de mid tempos potentes. 

Y para pasar de las intenciones a la realidad sonora, se rodeó de un cuadro selecto, que incluye a varios colegas del staff velero, pero no solo, todos (y todas) entregados a la experiencia Vespass. Y hubo, también, antes, durante y después, una suerte de maestro Yoda encarnado por Esteban Demelas, que puso su sabiduría y su paciencia al servicio de la causa.

Del laboratorio, taller, olla de grillos o pandemonio, solo ellos sabrán qué fue, surgió un disco casi conceptual, de canciones atravesadas por la reflexión existencial, dudas del yo sin el disfraz de la historia, descarnadas, pero ajenas de lugares comunes ni pretensiones de alta poesía. Pero a no engañarse: toda esa lírica luce bien en ropas de rock elegante, como un traje viejo pero cuidado, destinado a las ocasiones especiales.

Así, “Junté en el fondo”, por ejemplo, arranca con un riff que suena a los Cars, “Dancer” trae el aire de, salvando las distancias,  Peter Bjorn And John o Belle & Sebastian, “Tiempo al tiempo” remite a Deep Purple (¡en serio!), “Divagues” tiene el sabor de las baladas de los Chili Peppers, “García” suda soul y Pedro Dalton presta la garganta para el estallido contenido de “El espejo”.

Y, aunque se toca y a veces se canta en el lenguaje del rock, que no por universal deja de ser todavía un poco extranjero, es un disco de uruguayez abrumadora. Rioplatense, si concedemos también a los vecinos del Plata el patrimonio de mirar con cierto desencanto la construcción de nuestras ruinas y encontrar, entre tanto escombro, una piedra brillante.

Tiempo al tiempo es un trabajo que hay que escuchar de un tirón para después volver, una y otra vez, a detenerse en las canciones, y luego en los detalles, una vez y otra. De esas chispas, de esos accidentes en el paisaje, se hacen las obras que perduran.

Manolo ya jugó en el Estadio, la pisó y la picó, arropado por los cracks. Ahora, con Los Vespass, es otro partido. Con la cinta de capitán, Manolo sale a jugar el partido entero. Tiene con qué. Sin apuro, con inteligencia y con garra. A comerse la cancha. A la uruguaya.

* Este texto acompañó la salida de Tiempo al tiempo (Bizarro, 2023).

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